Hoy me he propuesto ganar. Conseguir aquello a lo que he ido, aquello para lo que tanto esfuerzo he dedicado. Hoy voy a ganar.

Desde que supe que quería tener una cita conmigo he estado preguntando, buscando, observando, escuchando y hoy es el día. Después de todo este arduo trabajo de investigación, recopilación y planificación, hoy es el día que tenemos nuestro primer cara a cara. Es un encuentro importante para mí, me juego mucho, no es sólo un cliente, es una ilusión, un futuro, muchas expectativas.

Como buen emprendedor, he leído todo aquello que ha ido cayendo en mis manos para conocer y aprender todos los detalles de una correcta negociación, todos los puntos que tengo que tener en cuenta en cada etapa de este proceso para conseguir esa ansiada firma.

Antes me había estudiado la empresa, su mercado, sus productos, busqué qué estaban ofreciendo mis competidores más cercanos, definí mis objetivos, cuantifiqué las distintas posibles ofertas, establecí mis límites, ese tope hasta dónde podía llegar, tuve en cuenta el lugar donde nos íbamos a reunir, incluso preparé dónde y cómo me tenía que sentar y dar la mano al saludar. Había leído que la comunicación no verbal era de suma importancia para estos momentos y lo que menos quería era dar la impresión de inseguridad ante tal ansiado acontecimiento.

También había oído que no sólo tenía que tener en cuenta mis objetivos y los del cliente, si no que tenía que investigar acerca de qué había más allá, lo que algunos llaman “las necesidades ocultas”, esas insatisfacciones que nos llevan a estar sentados en la mesa de negociación, es decir, el verdadero valor que nos podemos aportar, eso qué realmente estamos buscando el uno del otro.

Mi estrategia se iba a centrar en sus puntos débiles, ahí era dónde yo tenía que argumentar. También lo estaba teniendo en cuenta.

Incluso había practicado el cómo preguntar. Tenían que ser preguntas abiertas para conseguir más información. También tenía que mantener los silencios, porque se aprende más estando callado que hablando, y mi tono de voz tenía que ser convincente para dar seguridad a todo aquello que tenía que decir… ciertamente estaba todo atado.

A pesar de mi inseguridad, mis miedos y de lo que era consciente que me jugaba en esta cita, creo que no se me estaba escapando nada. Hoy solo podía ganar.

Y aquí estoy, plantado delante del edificio haciendo tiempo para entrar. Hablando conmigo mismo. Así llevo todo el trayecto desde que me he levantado esta mañana. Sí. Estoy inmerso en un diálogo donde nadie me está escuchando, bueno sí, yo me estoy hablando y yo me estoy escuchando, me estoy ordenando o quizás desordenando.

Más que hablar me ordeno, me mando, me impongo. Me estoy exigiendo que todo tiene que salir a la perfección, que nada puede fallar en este día. Continuamente me estoy recordando todo mi esfuerzo y delante de quién voy a estar, de todo lo que me juego, volviéndome a acordar de mis expectativas futuras, y qué puede pasar en el caso que no alcance ese codiciado contrato. ¡Peligro! ¿Y si no lo logro?

Seguido vienen a mi cabeza anteriores proyectos frustrados y algún que otro recuerdo no muy agradable, todos mis fallos. Y más pensamientos, más emociones, una mezcla de nerviosismo, desconfianza, inseguridad e impotencia que van aumentando de manera exponencial conforme pasan los segundos. ¿Cómo voy a ganar así?

Mientras me exijo y bombardeo, también me escucho… observo esa otra parte humilde que es la que calla, la que no dice nada. Esa parte sumisa que en el momento que se pronuncia consigue sacar lo mejor de mí, aunque pocas veces permito que hable. Esa que, en ocasiones y de manera instintiva, he visto y escuchado, haciéndome alcanzar unos resultados extraordinarios sin saber muy bien cómo he llegado a ellos.

Y en medio de este caos del que estoy siendo testigo, empiezo a negociar y establecer un acuerdo entre estas dos partes que están en conflicto dentro de mí. Elijo por comenzar a resolver mis diferencias, empiezo por negociarme. ¿Cómo puedo ganar lo de fuera si no tengo resuelto lo de dentro?

Y es aquí, justo antes de entrar, donde ambas partes firman sus propias reglas del juego, mi propio acuerdo de negociación. Sólo tenía que recolocar a cada una en su sitio.

En este acuerdo firmo:

• No enjuiciarme, únicamente observarme sin decirme nada.
• Ver y sentir aquello que deseo lograr.
• Confiar en mí. En esa parte humilde donde está todo mi potencial, esa que me permite lograr lo que realmente quiero.
• Ver las cosas tal y como son en cada momento.

Así, con este pacto sellado, con esta convicción y visualizando el éxito, decido entrar. Disfruto del momento y siento la calma que me acabo de dar.

Siento que soy capaz de sacar lo mejor de mí, siento que únicamente soy y que esa es la diferencia entre el éxito y el fracaso exterior. El darme permiso para ser.