Todos tenemos en la retina ese famoso anuncio de Gallina Blanca donde, añadiendo una pastilla de caldo de pollo somos capaces de dar mayor sustancia a determinados alimentos haciéndolos más suculentos y apetitosos, en vez de cocinarlos solamente con agua.
En esta ocasión no voy a utilizar este espacio para una clase de cocina, sino para aplicar este mismo símil a nuestro día a día donde, al igual que dice el slogan, tenemos la capacidad de poder elegir si queremos cocer o enriquecer cada instante.
Vivimos en una continua elección, bien sea casual o deliberada. Desde que nos levantamos estamos eligiendo qué ropa ponernos, si nos apetece escuchar música para ir a trabajar o por el contrario la radio, decidimos qué es lo primero que vamos a hacer en el trabajo, dónde nos sentamos en una reunión, qué comemos y con quién, qué vamos a hacer en nuestro tiempo de ocio, etc… desde los detalles más tontos a las grandes decisiones, nuestra vida es una continua elección, una entre infinitas y en función de cuál de ellas decidamos escoger, nuestro camino será completamente diferente. Basta con que una de las acciones que elijamos sea distinta, para que lo que vivamos sea completamente diferente.
El entorno y sus circunstancias son lo que son, y somos nosotros los que elegimos de qué manera nos posicionamos, enfrentamos y saboreamos. También tenemos esa capacidad. La capacidad de elegir desde qué lugar de nuestro interior estamos afrontando cada una de las acciones que llevamos a cabo. Tanto si decidimos cocer como enriquecer nuestra propia historia, estaremos tomando la decisión perfecta, ya que habremos elegido.
Y cuando hablo de cocer en nuestra vida, me refiero a cuando los acontecimientos simplemente nos pasan. Por ejemplo, si no termino un trabajo en el tiempo establecido y pongo excusas tales como: “no me han dado la información para hacerlo, se ha roto el ordenador, ha sonado el teléfono y he tenido que irme, no me han dado el suficiente tiempo para hacerlo, etc.” Son argumentos completamente ciertos, y así podría ir sacando infinidad de motivos por los que no pude realizarlo y todos ellos, por suerte o desgracia, me dan la razón.
Pero si nos detenemos un poco más, podemos observar que aparece un común denominador en todas esas excusas. La CUPABILIDAD. Cuando hablo de cocer, hablo que la culpa de no haber terminado el dichoso trabajo a tiempo es siempre del entorno, de las circunstancias, del resto de las personas que nos rodean, del mundo entero que conspira contra nosotros. A pesar de todo ello y por suerte, hay una buena noticia. Hay algo muy positivo en todo esto: ¡¡ La culpa de no haber terminado el trabajo a tiempo no es mía!! o dicho con otras palabras, ¡¡soy inocente!! Y eso me hace sentir una verdadera liberación (al menos momentáneamente).
Ahora bien, el peaje que pago por esa inocencia, es la IMPOTENCIA. No puedo hacer absolutamente nada para entregar el trabajo a tiempo, pasando a convertirme en víctima de las circunstancias, y hasta que las circunstancias no cambien, hasta que no decidan pasarme la información, hasta que el ordenador no se arregle, el teléfono no deje de sonar y el mundo no deje de conspirar en mi contra, yo seré incapaz de entregar el trabajo a tiempo, y me estaré quejando contra el resto del mundo o resignándome al destino que me marquen las circunstancias que me rodean.
Aunque tengo otra opción. Puedo elegir. También puedo dejar de cocer para pasar a enriquecer. Puedo echar Avecrem a cada uno de mis instantes y saborear el ser protagonista de mi propia historia. Para darle ese toque, únicamente tendré que añadir un ingrediente más, me tendré que añadir a mí mismo dentro del condimento. Parece fácil, ¿verdad?
Dicho de otra manera, hasta que no elija ser parte del problema, no podre ser parte de la solución. Hasta que no asuma que el trabajo no lo terminé en el tiempo establecido porque fui yo el que elegí en ese momento hacer otras tareas o porque prioricé en base a otras acciones, no podré entregar el trabajo a tiempo.
De eso se trata precisamente el enriquecer, de elegir ser el protagonista de mi vida. Aunque en el momento que elija serlo, probablemente aparezca la ansiedad por tener que elegir y tener miedo a equivocarme en la elección tomada, el tener que dar explicaciones al resto sobre mi elección, y ya no al resto, sino en muchas ocasiones el tener que darme a mí mismo esas explicaciones.
Y es aquí donde empieza lo fascinante de nuestro día a día. En el momento que somos conscientes de que somos nosotros mismos los que elegimos, que ante distintas opciones que tenemos delante, elegimos aquella que queremos ser. Y es solo en ese momento, en el que empezamos a coger las riendas de nosotros mismos y de nuestra vida. Es el momento en el que ELEGIMOS ELEGIR, O QUIZÁS ELEGIMOS NO ELEGIR, aún a sabiendas que es entonces cuando otros decidirán elegir por nosotros mismos. Aún así elegimos. Sólo de esta manera, eligiendo, nos convertimos en los dueños de nuestras vidas.
Y TÚ….¿CUECES O ENRIQUECES?
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