Vivimos en un entorno organizativo en continuo movimiento, volátil, incierto y competitivo. Con un cliente altamente cualificado y exigente, que tiene muy claro qué quiere, cómo lo quiere y cuándo lo quiere. Si a esto le sumamos su facilidad de acceso a toda gama de productos y servicios, así como la rapidez para comunicar y difundir su satisfacción con lo consumido, a las organizaciones sólo les queda permanecer en una mejora y adaptación continua al cambio, sí o sí, si lo que quieren es perdurar.

Independientemente del tamaño, sector o actividad, cualquier organización se encuentra obligada a adaptarse de manera permanente al entorno, debiendo tomar acciones de forma rápida, eficiente, responsable y objetiva para seguir siendo sostenible.

El cambio organizacional está garantizado. Ahora bien, ¿cambiamos o nos cambian?

Si lo que deseamos es generar el cambio, no nos sirve una acción cualquiera. Llevar a cabo una acción responsable impulsada desde las propias personas que la forman y para ellas mismas, va a permitir poner al servicio organizativo muchos más elementos que la simple ejecución de tareas o actividades encaminadas al resultado.

 

LA EMOCIONALIDAD COMO MOTOR DEL CAMBIO

El gran valor diferencial que tiene una organización, son las personas que la forman. No hay dos organizaciones iguales. De sobra es conocido que cada persona tiene sus propios valores, su propia manera de pensar, su propia carga emocional, así como su manera de reaccionar, hacer y experimentar. Todo esto es lo que le lleva a obtener unos resultados u otros. Esto mismo sucede con un equipo y con una organización como entidad.

Conocer los valores organizativos, desarrollarlos e implantarlos de una manera coherente, va mucho más allá de la mera comunicación pública de los mismos. Los valores no sólo son la seña de identidad, son parte del motor emocional de la organización, aquellos que mueven, impulsan y diferencian del resto de competidores. Es eso que no se copia.

Así, ¿cómo puede cambiar una venta si se hace desde la honestidad o desde el éxito profesional?

¿Cómo es un liderazgo desde el poder o desde la tolerancia?

Sin duda el resultado cambia dependiendo desde dónde lo hagamos.

Conectar con los valores nos lleva directos a la acción, a una acción coherente, responsable y motivadora. Generar acciones para el cambio desde los propios valores, alineadas desde la propia carga emocional de la organización, únicamente se logra poniendo en valor a las personas y todo su potencial.

 

LA ESTRATEGIA ORGANIZATIVA

Una estrategia no deja de ser más que la elección de las acciones que se van a desarrollar para alcanzar unos objetivos establecidos. Por ello, darse cuenta del punto de partida o de la realidad organizativa tanto interna como externa, establecer el destino exacto al que se quiere llegar, y saber gestionar el cambio, van a marcar en gran medida la sostenibilidad organizativa.

Identificar los diferentes grupos de interés, conocer sus propias necesidades, así como nuestra propuesta de valor y capacidad de gestión y mejora, son elementos clave para el éxito.

Ahora bien, ¿cómo es impulsar una estrategia organizativa desde una emocionalidad incoherente? Poniendo un ejemplo automovilístico… ¿cómo es querer subir un puerto de montaña en primera o circular por una autopista en tercera? Parece absurdo ¿verdad? Entonces, ¿cómo es desarrollar un plan de acción desde el motor del miedo, la rabia o la inseguridad?

Incorporar a las acciones estratégicas la emocionalidad adecuada, y saber gestionarla de manera consciente, va a permitir no sólo una mejora en la eficiencia sino una mayor optimización de los resultados. Tan importante es lo que haces, como desde dónde lo haces.

 

GESTIÓN Y MEJORA

Uno de los máximos referentes en el ámbito de la gestión y mejora organizativa, como son las normativas ISO, ya señalan en su última versión y de manera mucho más específica, el enfoque basado en procesos como herramienta para organizar, gestionar y mejorar las actividades de una organización, creando valor en el cliente y el resto de partes interesadas.

Se entiende por proceso como el conjunto de actividades que transforman unos elementos de entrada en unos elementos de salida proporcionando un valor añadido. Así, para lograr una mayor eficiencia, ya no sólo se deben identificar los propios procesos, sino también diseñarlos, medirlos y tomar las acciones de mejora indicadas, es decir, gestionarlos de manera global teniendo en cuenta no sólo cada uno de ellos sino también sus propias interrelaciones.

En la práctica, generalmente conocemos las actividades que desarrollamos, pero nos cuesta más identificar los procesos, clasificarlos y gestionar su propia interrelación. Estas acciones no pertenecen únicamente a un departamento sino que van recorriendo las diversas áreas organizativas para dar valor al cliente, cambiando así el concepto tradicional de gestión.

Este enfoque, permite a su vez identificar qué procesos influyen directa e indirectamente en las acciones estratégicas, y establecer los indicadores oportunos para poder identificar de una manera rápida la situación organizacional para la toma de decisiones.

Está claro que la apuesta por las propias personas que forman la organización es una garantía de éxito para la consecución de los objetivos estratégicos, no sólo por desarrollar una gestión eficiente mediante la planificación, desarrollo y mejora de procesos, sino por ser ellas mismas las impulsoras del cambio haciendo un uso coherente y diferencial de la emocionalidad organizativa.